lunes, 11 de octubre de 2010

¡Hora de cortar!

Los dos días anteriores a la operación pude no haber dormido nada. Dios bendiga los calmantes que, precavidamente, me había recetado el doctor. El día en sí me levanté temprano, lo cual era raro pues los calmantes suelen noquearme con facilidad. Desayuné lo que me habían indicado: un batido enorme de frutas. Nada de lácteos, nada de carbohidratos. Solo frutas. Me fui nerviosa a trabajar, pensando en lo que me iban a hacer más tarde.

Me había pasado la tarde anterior viendo videos de rinopastías abiertas. No lo debí hacer. El solo pensar en cómo iban a hacer pedazos mi nariz me crispaba los nervios, me daba escalofríos, me hacía temblar. Dieron las 10:30 AM y me comí una manzana. Listo, eso sería lo último que podría comer antes de mi cirugía a las 4:30 PM.

Salí a las 2:00 del trabajo, llegué a casa, no tenía hambre, mi estómago tenía demasidas mariposas dentro. Me tomé un tiempo para darme el que sería mi último baño tranquilo por el resto del mes. Lavé mi cabello, exfolié bien mi piel, me miré detenidamente al espejo y le dije adios a mi nariz de siempre. Sí, aquella que había mirado durante 28 años cada mañana... de pronto no se veía tan mal. Quizás me estaba acobardando, quién sabe. No puedo negar aún así que los nervios eran cada vez más reales.

Me puse ropa cómoda; un pantalón de gimnasio, zapatillas y un sweater que se pudiera abrir por delante, con cierre, para no tener que pasarlo por encima de mi cabeza al sacarlo o ponerlo y así evitar posibles roces con mi nariz. Llegué a tiempo a la clínica acompañada de mis padres, el doctor llegó cinco minutos después. Se le veía tranquilo y eso me relajó. Mis papás se despidieron de mí como si ya no volvieran a ver más a su hija... en cierta forma, así iba a ser. Una enfermera me llevó adentro para ponerme una bata, luego vino el doctor para tomarme fotos pre-operatorias. Y luego... a la sala de operaciones.

Todo era como lo había visto en la tele... la camilla, los equipos, las luces. Captó mi atención una pequeña radio tocando música de los 80. Es la que le gusta al doctor, explicó la enfermera. Bien, pensé, lo que sea para que haga un buen trabajo. La joven era amable, sonreía, trataba de calmarme. Me dio una pastilla para que durmiera durante la operación. Vamos a esperar que haga efecto mientras viene el doctor, dijo. Me echó en la camilla y sujetó mis brazos a ella como siempre se hace. Luego ató mi cabello con una liga. Conversamos un momento, me preguntó mi edad, me dijo que iba a quedar bonita, me dijo que no tenía nada que temer. Luego el doctor llegó.

Y yo aún no me había dormido.

No hay comentarios.: